El niño que quería ser libro. De la preciosa autobiografía de
Amos Oz
Una historia de amor y oscuridad
(Siruela, 2004, traducción de Raquel García Lozano):
Lo único abundante en casa eran los libros: había libros de pared a pared, en el pasillo, en la cocina, en la entrada, en los alféizares de las ventanas, en todas partes. Miles de libros, en cada rincón de la casa. Se tenía la sensación de que si las personas iban y venían, nacían y morían, los libros eran inmortales. Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro. No escritor, sino libro: a las personas se les puede matar como a hormigas. Tampoco es difícil matar a los escritores. Pero un libro, aunque se le elimine sistemáticamente, tiene la posibilidad de que un ejemplar se salve y siga viviendo eterna y silenciosamente en una estantería olvidada de cualquier biblioteca perdida de Reykjavik, Valladolid o Vancouver (pág. 35).